El pasado viernes, a petición de la Troika, el Consejo de
Ministros aprobó el anteproyecto de Ley de servicios profesiones, que tendrá
una agitada tramitación parlamentaria. La ley es una réplica "amable" de la reforma laboral. La suavidad de los recortes se debe a la labor de los lobbies (conocidos como Colegios profesionales, o asociaciones profesionales de autónomos) que han conseguido salvaguardar derechos de sus colegiados, en contraposición al estrepitoso fracaso de los sindicatos en su oposición a la reforma laboral.
Tal y como hicieran con el mercado laboral ( con el aplauso
de muchos "expertos" que ahora se rasgan las vestiduras cuando prueban un poquito de su propia
medicina) la troika se lanza en picado contra un colectivo numeroso ( no tanto
como los trabajadores asalariados) con la única intención de empobrecerlos en
aras a una falsa competitividad.
Coincido con el Ministro Guindos en que la regulación de los
Colegios Profesionales se había convertido en una necesidad, puesto que la
actual normativa data de hace más de dos siglos. Hacer de esta necesidad una
excusa para recortar también los derechos de abogados, médicos, arquitectos,
ingenieros, farmacéuticos es tan injusto como contraproducente, aunque no me
produzca tanto rechazo como la reforma laborar que recorta los derechos de los
más débiles.
Leído el anteproyecto, se debe reconocer que tiene algunos
aspectos positivos, como la necesidad
de que la remuneración de cargos directivos deberá aprobarse por
una mayoría cualificada de los colegiados, y la más que necesaria transparencia
en el dinero que gestionan de las Administraciones Públicas y sus colegiados.
Estas medidas no son suficientes para conseguir que los
Colegios profesionales dejen de ser el cortijo de un grupo de profesionales que
conviertes una Institución vital para el buen funcionamiento de sus compañeros
en un negocio para sí, y sus allegados. Los Colegios deben tener una función
reivindicativa, pero no solo para con los derechos de sus colegiados, también
para los ciudadanos que demandan sus servicios y que tienen derecho a que una
Institución garantice el buen funcionamiento del gremio.
Un compañero abogado me proponía la sustitución del Colegio
de Abogados por listado de abogados en ejercicio y una comisión deontológica
para el ejercicio de la potestad sancionadora y fomento de la formación de los
miembros de un gremio. Yo disiento. Los colegios profesionales tienen una
importantísima función social, siendo éste el auténtico motivo de su
existencia. Antiguamente los gremios eran simples conspiraciones profesionales
para optimizar las remuneraciones de sus miembros, pero es evidente que en
nuestra sociedad moderna esta necesidad, que sí tuvieron durante la transición
a una post industrial basada en el sector terciario, se ha sustituido por un
mandato de servicio público irrenunciable.
Desgraciadamente la mayoría de colegios profesionales se han
convertido en un grupo de amigos que defienden corporativamente sus intereses
económicos (u otros más espurios) en
contra del resto de la sociedad. Comprendo que estas palabras causen el enfado
de algunos compañeros (la verdad es cuando no te conviene, es difícil de
encajar) pero lo digo desde el cariño y la voluntad de servicio público que
siempre debe empapar el funcionamiento de un colegio profesional.
La necesaria función social de los colegios me lleva a
detestar la pretendida disolución de los colegios provinciales de muchas
profesiones, incluida la abogacía. La fusión de los colegios provinciales en
uno autonómico no solventará las irregularidades en su funcionamiento, sino que
los agudizarán de forma espectacular. Tampoco servirá para abaratar los
servicios profesionales, sino que conllevará un empeoramiento de de la calidad
de los servicios que prestan los profesionales, en perjuicio de los ciudadanos.
Se trata de un recorte más en el Estado del Bienestar
impuesto por los poderes económicos, que no tienen otro objetivo que
empobrecer, también a los profesionales y que sean ellos los que paguen los
platos que otros rompieron, y que se beneficiaron de ellos.
Siendo enemigo del corporativismo que campa por los colegios
profesiones en perjuicio del resto de la sociedad, esto no me lleva a ser
partidario de liberalizaciones que conllevarán un injusto empobrecimiento de
algunas profesiones, como los arquitectos. La pretendida irrupción de las ingeniarías en el
campo profesional de los arquitectos sólo traerá más pobreza a un gremio
durísimamente castigado por la crisis. Liberalizar no es introducir la
competencia desleal castigando a profesionales que han sudado sangre para
obtener su título de arquitecto.
No obstante, si que estoy de acuerdo en retirar absurdas barreras
de entrada en profesiones liberales como la abogacía. El examen de acceso a la abogacía
esconde un intento de los ejercientes (insolidarios) para tener menos
competencia. La actitud de algunos profesionales que se empeñan en imponer a
los jóvenes un examen que ellos no tuvieron que superar es una vergonzante
forma de negarles el pan a los jóvenes, ahora que tanto lo necesitan. Y los que
alegan motivos de calidad en el ejercicio profesional, son probablemente los
únicos que deberían examinarse. El examen para el acceso al turno de oficio es
una garantía más que suficiente para el servicio público del turno de oficio.
Tenemos una oportunidad estupenda de mejorar la
competitividad de un sector tan importante como el de los servicios
profesionales, y garantizar que cumplen fielmente con su función social. Estos
objetivos son perfectamente compatibles con el respeto a los legítimos derechos
profesionales que todos debemos defender.
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